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viernes, 13 de enero de 2012

Sobre el nombre de este blog

          Hacía tiempo que rondaba por mi testa la creación de un espacio donde explayarme hablando -porque, a mi entender, escribir es hablar- sobre detalles en torno a la práctica y técnica de la cosa gastronómica, tema ambiguo y diferentemente entendido por cada uno de los mortales que nos llevamos alimento a la boca, con mayor o menor preocupación sobre la importancia de la acción que estamos llevando a cabo: comer.

          Llegado el momento había que empezar por poner un título al blog y no tuve dudas sobre el nombre que llevaría este sitio. De mis viajes -que no son muchos- ligo recuerdos de estancias y visitas a lugares, a degustaciones alimentarias en el sitio en cuestión. Incluso en momentos de apurada economía, viajando con tienda de campaña al maletero del "600", una parte importante del limitado presupuesto se destinaba a la elección de mesa digna y especial en la que catar manjares, más o menos sencillos, en torno a los que dialogar utilizando como principal tema de cháchara lo que se estaba cociendo para nosotros.

Junio de 2007
De 1957 a 1973 se hicieron 800.000 bichitos como este para ir a merendar.
Mi felicidad viajaba sobre espacios pequeños.

          Es así como, con el recuerdo de varias visitas invernales a Venezia, decidí darle al blog el nombre del rincón que más veces visitábamos, mi mujer y yo, en cada viaje. La buena acogida que tuvimos allí en nuestra primera entrada hizo que, a lo largo de repetidas estancias de unos cinco días, nos encamináramos con asiduidad hacia el mismo lugar a la hora de jalar. Haciendo uso del extraño hábito europeo de comer temprano lográbamos evitar las colas que se formaban poco después de sentarnos a una mesa de tan apetecible lugar.

          La "Tavernetta San Maurizio" era un lugar pequeño, acogedor y con mucha pátina, donde en cada visita a la ciudad y después de buenas caminatas por bellos lugares, quemábamos dos o tres horas de nuestra vida diaria comiendo, bebiendo y charlando con la mejor lentitud de la que éramos capaces. Yo que -aunque quisiera- nunca cumpliré ya los sesenta junios me doy cuenta de que valoro, cada día más, las largas apoltronadas alrededor de una mesa y me arrepiento menos de mi perversa costumbre de sustituir a los santos de los altares por cocineros.

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