Pienso y digo en voz alta: no seamos almidonados y razonemos. Esto viene a cuento por el empeño reciente por parte de quien sabe quien de pretender sentar cátedra, escrita y firmada -acudiendo a estamentos políticos para ser ratificado-, sobre qué es y qué no es la paella; valenciana, claro, porque las que sirven por ahí, con garbanzos, salchicha o la manida mixta con mariscos incluidos: están exentas, se procurará que les llamen otros nombres para que no caiga sobre sus mentores el implacable peso de la justicia. Que así lo entiendo yo, con esta ley en la mano.
La paella verdadera, según el edicto, cuenta solo con diez ingredientes, si pones otros o más de diez: ¿te sentará mal?, ¿y de qué modo?, ve tú a saber si serán diarreas, alucinaciones o desvaríos políticos; ¿te dará por votar a la derecha? Habrá que esperar a que los conejos de indias que se apliquen el dictamen al pie de la letra nos hagan saber sus sensaciones. Eso sí, desde ahora nos privamos de los caracoles, la costilla, el pato, la alcachofa, las alubias blancas, las bajocas blancas, el ajo, el pimentón, los tirabeques, los guisantes y algún que otro hierbajo. Por no añadir: algún tordo en Octubre y “les pilotes” en Navidad.
Nos auto vetamos -para salvarnos- los que embutimos ingredientes de más a la ‘paellera’ como dicen unos, o al ‘caldero’ como dicen otros; alternados o todos a la vez, lo que sumarían veintidós, pecado mortal. Ya nunca más pecar con las cosas de comer, prescindiremos de sobre añadidos solo los infractores, los que ignorábamos carecer, después de tantos años, de carisma paellero legal. ¿Estaremos perdonados?, digo yo que sí, pues pecamos sin saber que lo hacíamos; alguna excepción para el perdón se habrá tenido en cuenta en las severas reglas de esta nueva religión. Cuento con ello.
Me corroe no saber el volumen policial destinado a vigilar los excesos de confección paellera. Mal protegidos andamos y solo nos falta restar efectivos en las calles para destinarlos al logro, por asalto, de jugosas sanciones gastronómicas. Estando en crisis, me huelo yo que se haga por afán de recolecta, como se encuentra todo el mundo a dos velas nadie usa el coche; vamos, que no se circula, con la gasolina a euro y medio no llega para emprender ni un garbeo a la esquina, y sin multas que recetar: el gozo del guardia en un pozo. Algo había que inventar.
Paella de sol y sombra
Foto: P.B.2011
Carta, en seis puntos, al legislador gastronómico
Entiendo yo, señor Ángel*, que viniendo la paella del pueblo llano, labrador, que no compraba ni acumulaba, que producía para sí, 'truequeaba' si sobraba y sino sobraba zurcía, es aventurado pensar que todo el año, en antaño, dispusiera de productos igual.
Entienda usted, señor Ángel*, que son tres los pozos de donde prende el labriego: de la huerta, del corral y cuando queda de la despensa. Dictar hoy, que hay producto todo el año, muestra nulo respeto al origen del guiso y a la herencia del pasado.
Entiendo yo, señor Ángel*, que usted no ha debido probar paella buena y ‘completa’, de haberlo hecho estos criterios andarían por las cunetas. Respete a quien su comarca le aporta productos alabados que usados con respeto dan sabor a este guisado.
Entienda usted, señor Ángel*, que yo respete a mis viejos, que use un día estos avíos y varíe al mes siguiente; nunca será por antojo, no dispongo de lo mismo, mi cosecha no da igual en verano que en noviembre, pero ansío paella el marzo, el agosto y el diciembre.
Entiendo yo, señor Ángel*, que alguna parte le oprime y le impide razonar, yo le voy a dar ideas si le tienta legislar: recorra caminos de España, con su Valencia incluida, diga que no usamos caldero, ni paellera jodida, que paella se llama el hierro y lo mismo el contenido.
Y entienda usted, señor Ángel*, que España no solo es una –que aquello fue gran mentira-, esta tierra es reducida y pequeñas sus comarcas, el carácter es distinto en cada rincón del reino; con sanas y libres costumbres a nadie se debe privar de usar salsas distintas.
Entiendo yo, señor Ángel*, que viniendo la paella del pueblo llano, labrador, que no compraba ni acumulaba, que producía para sí, 'truequeaba' si sobraba y sino sobraba zurcía, es aventurado pensar que todo el año, en antaño, dispusiera de productos igual.
Entienda usted, señor Ángel*, que son tres los pozos de donde prende el labriego: de la huerta, del corral y cuando queda de la despensa. Dictar hoy, que hay producto todo el año, muestra nulo respeto al origen del guiso y a la herencia del pasado.
Entiendo yo, señor Ángel*, que usted no ha debido probar paella buena y ‘completa’, de haberlo hecho estos criterios andarían por las cunetas. Respete a quien su comarca le aporta productos alabados que usados con respeto dan sabor a este guisado.
Entienda usted, señor Ángel*, que yo respete a mis viejos, que use un día estos avíos y varíe al mes siguiente; nunca será por antojo, no dispongo de lo mismo, mi cosecha no da igual en verano que en noviembre, pero ansío paella el marzo, el agosto y el diciembre.
Entiendo yo, señor Ángel*, que alguna parte le oprime y le impide razonar, yo le voy a dar ideas si le tienta legislar: recorra caminos de España, con su Valencia incluida, diga que no usamos caldero, ni paellera jodida, que paella se llama el hierro y lo mismo el contenido.
Y entienda usted, señor Ángel*, que España no solo es una –que aquello fue gran mentira-, esta tierra es reducida y pequeñas sus comarcas, el carácter es distinto en cada rincón del reino; con sanas y libres costumbres a nadie se debe privar de usar salsas distintas.
* Quién tanto vela por nosotros no debería tener otro nombre, espero haberlo acertado.